07 mayo 2005

La sombra de la estatua



Que un jurado presidido por Unamuno premiara en 1901 la retórica diocesana de El ama confirma que el rector tenía, además de mal oído para la poesía propia, mal ojo para la ajena, en la que veía alarmante falta de lecturas.

Contestaba el poeta, humilde como una flor natural:
"Con esta gran ignorancia de lo que se ha escrito y se escribe, ya ve usted qué podré hacer, aun contando con que pudiese hacer algo que mereciera la pena de leerse. Así que me limito a aprovechar mis ocios escribiendo algo, salga lo que saliere. Y así suele salir ello."

Quien fue una buenísima persona murió joven hace un siglo. Su poesía, modesta y parroquial, había muerto en agraz mucho antes, tras fundar, quizá sin querer, una estirpe melancólica de acólitos ajenos a la literatura y a la historia.

Que al Guijo de 1905 no llegasen libros se entiende. Que en la Extremadura de hoy se reivindique la tutela de esa sombra “cenéfica” suena a montaraz anacronismo.