06 mayo 2005

MEMORIA DE LOS VIAJES


Tomás Pavón. El cuaderno de Corto Maltés.
Los libros del Oeste. Badajoz, 1999.

Una reseña convencional de este Cuaderno de Corto Maltés podría centrarse en el análisis de las dos partes en las que se articula el libro, de su final abierto, de su tendencia a la frase corta, de ese mito contemporáneo que es Corto Maltés y de su perfil aventurero, de la tipología mestiza del texto, entre lo lírico y lo narrativo, entre el cuaderno de viajes, el dietario y el poema modernista. O discurrir sobre las características genéricas del poema en prosa y su relación con el comic. Podría hablar también del itinerario que se propone en el libro, entre las Islas Grey y la Península del Sinaí. O hacer cábalas sobre la elección de 1959 (el año del nacimiento del autor y el de la revolución cubana) como la fecha del viaje. En fin, de todas esas cosas un punto impersonales que se ponen en las solapas y en las contraportadas de los libros para salir del paso.
Prefiero, sin embargo, invitar al lector a penetrar en este libro como se entra en la nostalgia de los puertos, en la memoria del viajero, en el mar de los sueños, los océanos del recuerdo. Y a vislumbrar ciudades que están también en nuestra geografía personal y literaria: Lisboa y Kairuán, Sevilla y Génova, Damasco y Venecia, La Habana y Córdoba. Ciudades que, como nos enseñó Italo Calvino, son invisibles porque viven en el corazón, en los sueños y en los atlas.
El lector que se adentre en este Cuaderno verá entre el salitre y el ron de sus páginas, más que a Corto Maltés, a Maqroll el Gaviero y a Long John Silver, a Nemo y a Sinbad, a Ulises y al capitán Flint. Yrecordará a Álvaro Mutis, a Pessoa, a Melville, a Stevenson, a Conrad y a Homero. Oirá cantes de ida y vuelta de Cádiz a La Habana, de Sanlúcar a Cartagena de Indias, recogerá en esa travesía a Cesaria Evora y tendrá tiempo -siempre hay tiempo en Lisboa- de llevarse el eco de un fado en una taberna del Barrio Alto.
Mapas y astrolabios, gavias y velas, pinos y guayabas, baluartes y cúpulas doradas, el levante en los pantalanes antillanos, galeones y goletas por la bahía, archipiélagos, calas y cales construyen la geografía del mito, la cartografía del recuerdo en este viaje luminoso hacia el sur. Un sur que, como Ítaca, no es un lugar sino un estado de ánimo.
Imaginación y nostalgia son los dos campos semánticos en torno a los que se organiza el viaje, la aventura. Una aventura que, como todas, tiene mucho de disidencia de lo cotidiano, de alejamiento de un grupo humano o de la propia identidad, de pérdida de los confines, de naufragio. Una aventura que es un viaje hacia la inseguridad. De ahí la vinculación de toda aventura con el sueño. De ahí que los espacios de la aventura sean mares y selvas, los inciertos territorios del azar.
La imaginación es el más propicio viento que empuja las velas. Con los ojos entornados, Cunqueiro lo explicó de forma definitiva. En Las mocedades de Ulises hablaban el protagonista y Foción el piloto:
- ¿De qué se hace la nave más ligera para ir a los feacios?
- De palabras, Ulises. Te sientas, apoyas el codo en la rodilla y el mentón en la palma de la mano, sueñas, y comienzas a hablar. (...) Pero para regresar, Ulises, la nave de las palabras no sirve. Hay que arrastrar la carne por el agua y la arena.
Por eso los marineros apenas recuerdan los nombres de las ciudades. Porque, como sabían los antiguos viajeros griegos, vivir no es importante, navegar sí. Y en esa navegación la imaginación es el motor del mundo y el de los vapores y el verdadero viento que impulsa los veleros.
Lo sabe bien el autor, que lo explica así: “La geografía jamás delimita nuestro itinerario. El viaje comienza en el mismo punto que los sueños y acaba cuando acaba la vida.”
Escribo estas líneas frente al Atlántico, con los ojos entornados ante un sol tibio, después de un breve cabotaje que me ha llevado costeando desde Sancti Petri, con ceñidas de este velero de palabras, hasta el puerto de Conil, un puerto íntimo y antiguo donde acabo de dejar mirando el poniente al marinero triste que encontró este Cuaderno que ahora rescata y nos ofrece Tomás Pavón.