08 abril 2013

Una muestra de poesía taurina



“Estoy convencido de que a la poesía taurina le conviene ser menos taurina que poética”, escribe Carlos Marzal  en la primera de las Cuatro consideraciones discutibles acerca de la poesía taurina  con las que prologa La geometria y el ensueño, la antología que ha preparado para la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara.

“He incluido tan sólo poemas que me han interesado. Algunos son magníficos. Otros, si no lo son al completo, sí encierran magníficos momentos. A veces basta un detalle –un recorte, un ayudado, un quite- para salvar una faena, y a veces basta un matiz –un adjetivo, una metáfora, una forma de mirar- para que el poema se salve ante nuestros ojos.”

De José Hierro a José María Jurado, de Claudio Rodríguez a Francisco Umbral, de Ángel González a Juan Luis Panero, de Pablo García Baena a Fernando Quiñones y de María Victoria Atencia a Benítez Reyes, una recopilación de poesía taurina que se inicia en la poesía del medio siglo y llega hasta hoy mismo en una ordenación, ni cronológica ni temática, sino “más o menos “musical” /.../ con la intención de crear un clima de lectura, un compás, un temple.

Como un brindis a la sombra, dejo aquí uno de los dos poemas míos que figuran en la selección, este Manolete que apareció en la revista Tercio de quites hace quince años, cuando se cumplían cincuenta años de su muerte en Linares. Quiere alejarse este texto de la grandilocuencia funeraria que Marzal percibe como uno de los riesgos literarios de este tipo de poesía:


Se le vio caminar entre fusiles.
Antonio  Machado

A él también se le vio caminar entre cuatro
banderilleros tristes de olivares y noche,
por la vereda turbia que conduce a la muerte
entre charcos de sangre y luz de escalofrío
que la noche de agosto, ya en silencio, desbasta.

Porque el cuerno afilado del destino aguardaba
en la esquina del mundo, donde se llega siempre
despacio, como llega, inexorable y clara,
la hora de los clarines y el grito de la gente 
y el perfil ya borroso del peón de confianza
que mete el puño sucio en la cueva profunda
de la herida y ya todo
es dulce y frío y sube por las venas del muslo,
sobre el hule manchado por otras sangres viejas.

-David, ¿dónde está el toro? Pelu, ¡cómo me duele
esta tarde la pierna! 
No veo, don Luis. Pinturas, échame otro capote
encima, que la noche
está fría en este campo
de escarcha de la muerte.