22 mayo 2014

Morante de la Puebla. Tratado de armonía


Hace casi exactamente seis años, el 24 de mayo de 2008, se celebraba aquí mismo una faena de Morante bajo la lluvia de Madrid. Se titulaba aquella entrada con fotografía de Paloma Aguilar Tratado de armonía y decía esto:

El que ha dibujado esta tarde Morante en Las Ventas bajo el diluvio. La música callada de Mozart por bulerías. Una fecha para que El lector de almanaques la anote en su página con tinta indeleble. De verde hoja y oro, como el vestido del torero.

Aquella entrada llevaba este envío: Para José María Jurado, que habrá salido de la plaza toreando bajo la lluvia.

El buen aficionado y mejor escritor que es José María Jurado recordó esa expresión en su magnífico Plaza de Toros: Pétalos de Morante bajo el cielo de abril, tratado de armonía.

Me gusta saber que esas palabras -que estaban aquella tarde en el aire mojado de la plaza, porque el arte siempre es transitivo- se han convertido finalmente en el subtítulo descriptivo del espectacular libro que Andrés Lorrio y Lorenzo Clemente publican en La Esfera de los Libros y que se presenta hoy a las doce  y media en Las Ventas.




Morante de la Puebla. Tratado de armonía reúne más de doscientas fotografías de Andrés Lorrio y textos de Lorenzo Clemente en un volumen que abre el prólogo -Salve, Morante- de José María Jurado, de prosa tan acompasada y brillante como el toreo de Morante. Así comienza, como un templado paseíllo en la Maestranza:

Este no es solo un libro bello. Es un libro sobre la belleza. Una belleza antigua que hunde sus raíces milenarias en los lentos atardeceres del Guadalquivir, cuando el sol se retira como un muletazo arrastrado y una bandada de flamencos rosas cincela en el horizonte la cadencia flamígera de una verónica. Cuando un muchacho sueña junto al río con templar la embestida de los legendarios toros del Jardín de las Hespérides y pasan invisibles, frente a él, los viejos galeones del Caribe, preñados del oro perfecto del barroco. Una belleza convulsa, donde se estremece el tronco de bronce de las siete tribus y las hijas de Tartessos bailan por bulerías la danza del fuego fatuo.