02 junio 2015

Los enemigos literarios




A un hombre lo definen sus amigos, pero también sus enemigos. Ambos han de ser buenos. Un enemigo insignificante solo es una molestia. Si nos han de odiar, que sea a lo grande, y, sobre todo, que lo hagan con inteligencia. La detestación puede consumir a quien la practica, pero robustece, vivifica a quien la sufre. No obstante, hay que precisar: no es enemigo aquel a quien simplemente no le caemos bien, o el que observa la suficiente incompatibilidad de caracteres entre ambos como para mostrarse elusivo o indiferente -y que, a lo sumo, se abstendrá de comprar nuestros libros, o nos excluirá de las iniciativas que adopte, o hablará mal de nosotros-, sino quien nos aborrece activamente, quien desea nuestro mal, quien preferiría que estuviéramos muertos, a ser posible, de un cáncer de testículos. La enemistad, por otra parte, forma parte de la vida: el conflicto forma parte de la vida; sobrevivir consiste, muy a menudo, en gestionarlo con habilidad. 

Eduardo Moga. 
Corónicas de Ingalaterra. 
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015