08 octubre 2015

Kierkegaard entre salmos




¿Qué es un poeta? Una persona desdichada que oculta hondos sufrimientos en su corazón, pero cuyos labios son de tal naturaleza que si de ellos brotan sollozos y alaridos, suenan como una bella música. Le sucede como al desdichado que era torturado lentamente, a fuego lento en el toro de Falaris, y cuyos alaridos no llegaban hasta los oídos del tirano para horrorizarle, pues a éste le sonaban a dulce música. Y las personas se apiñan en torno al poeta y le dicen: vuelve a cantar, es decir, deja que los sufrimientos atormenten tu alma y que tus labios conserven su anterior forma; pues el alarido no haría sino angustiarnos, pero la música es deliciosa. Y los críticos intervienen diciendo: cierto es, así ha de ser según las reglas de la estética. Ahora bien, se entiende, un crítico se asemeja también a un poeta como una gota de agua a otra, con la salvedad de que aquél no tiene sufrimientos en el corazón ni música en los labios. Y por eso prefiero ser porquero en Amager y que me entiendan los cerdos, antes que ser poeta mal entendido por las personas.

Es el primero de los textos breves que forman parte de Diapsálmata, un conjunto de textos breves y reflexivos que, entre el microrrelato, la fábula y el aforismo, escribió Kierkegaard en 1843, a los treinta años.

Con su cuidado habitual lo publica Hermida Editores con una nueva traducción directa, hecha directamente desde el danés por Enrique Bernárdez, autor de un esclarecedor prólogo y de las notas que iluminan los textos.