22 octubre 2015

Utilidad de la belleza



¿Qué es lo que le pedimos a la poesía hoy? Tal vez me equivoque respecto a lo que le pedimos exactamente, pero creo que no me equivoco si concluyo que el momento actual no le pide -ni recibe- lo suficiente. Mucha poesía publicada no parece marcarse ningún objetivo más allá de la descripción, a veces agradable, pero con la misma frecuencia desagradable, de cosas vistas o sentidas. Dudo que se aprenda algo de tales descripciones o de la expresión individual de estados subjetivos tal como se reflejan en tanta poesía contemporánea. Por el contrario, lejos de expandir nuestra conciencia, para comprender dichos estados a menudo hemos tenido que empequeñecernos, igual que Alicia, antes de penetrar en esa reducidas estancias que se nos abren. Tal vez el poeta gane algo al artícular y objetivar su neurosis (aunque dudo que esa sea la cura de almas que pretende ser), pero no alcanzo a comprender qué puede esperar el lector como ganancia.
Así comienza Utilidad de la belleza, el ensayo que da título al conjunto de tres textos que Vaso Roto publica en su colección Cardinales con traducción de Natalia Carbajosa.

Un conjunto que reivindica la poesía de alto vuelo órfico y ambición visionaria que ha dado lugar a la poesía europea más potente, de Dante a Shelley o de Milton a Blake, sobre cuya obra escribió Kathleen Raine las páginas más esclarecedoras, agrupadas en Ocho ensayos sobre William Blake, que publicó no hace mucho Atalanta.

Frente a una poesía rebajada a la expresión de emociones personales, anclada en temas triviales y limitada a la descripción directa de realidades palpables, hay en estos tres ensayos una defensa de la metáfora como método de conocimiento de la naturaleza profunda de las cosas.

Es la visión interior de la realidad exterior que está en la raíz de la poesía imaginativa y simbólica:

Para aquellos que están familiarizados con el lenguaje universal del discurso simbólico, es evidente de inmediato si un poeta (cuando escribe sobre mar o río, viento o jardín o cueva o pájaro) emplea esos términos como palabras tomadas del lenguaje universal, o de modo personal e imaginativamente ignorante; quienes conocen el lenguaje secreto lo reconocen enseguida o detectan su ausencia; mientras que, por el contrario, quienes no lo conocen puede que lean incluso la “Oda al viento de poniente” de Shelley bajo la impresión de que sus imágenes son meras descripciones de apariencias naturales; para ellos no existe diferencia de ninguna clase entre Shelley y Swinburne.