21 noviembre 2015

Macbeth ilustrado





Con esas imágenes de la portada y del interior del libro se puede hacer idea el lector de la espectacular edición que ha preparado Reino de Cordelia de una de las obras imprescindibles de la literatura universal, La tragedia de Macbeth, rey de Escocia, de la que escribió Borges:

“El rey Macbeth siempre me ha parecido más verdadero, más entregado a su despiadado destino que a las exigencias escénicas. Creo en Hamlet, pero no en las circunstancias de Hamlet; creo en Macbeth y creo también en su historia. (...)
Lo vivido siempre corre el albur de incurrir en lo pintoresco; Macbeth está muy lejos de ese peligro. La obra es la más intensa que la literatura puede ofrecernos y esa intensidad no decae. Desde las palabras enigmáticas de las brujas (Fair is foul and foul is fair) que, de manera bestial o demoníaca, trascienden la razón de los hombres, hasta la escena en que Macbeth muere acorralado y peleando, el drama nos arrebata como una pasión o una música."

Quizá no haya mejor manera de inaugurar la próxima conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Shakespeare que con esta espectacular edición bilingüe de Macbeth. Espectacular en el fondo y en la forma, en el formato y en la traducción que ha hecho, en colaboración con José Fernández Bueno, Luis Alberto de Cuenca, que en su prólogo -Signifying nothing- recuerda las palabras de Jan Kott en su memorable Shakespeare, nuestro contemporáneo: "La historia en Macbeth es viscosa y espesa como una sopa de sangre."
Y a esa percepción responden las violentas ilustraciones de Raúl Arias, con una paleta que a veces parece untada en sangre, como el trono que Macbeth consigue tras una espiral de asesinatos. Por cierto, Trono de sangre se titula certeramente la adaptación al cine que dirigió Akira Kurosawa en 1957.
Es la tragedia más breve y más intensa de Shakespeare y la que mejor responde a los planteamientos de la normativa clásica del género. Su protagonista, además de ambicioso, es un juguete en manos del destino, sometido primero a los augurios de las tres brujas -el error como desencadenante de la tragedia, ya lo señaló Aristóteles-, a la ambición calculadora de Lady Macbeth y a la carcoma interior de los remordimientos.
Como a los protagonistas de la tragedia griega, a Macbeth sólo la inminencia del final le aporta ese minuto de lucidez en que pronuncia su inolvidable monólogo nihilista, cuando ya es irremediablemente tarde:
La vida es una sombra que pasa, un pobre cómico
que se luce y se agita por un rato en escena
y no vuelve a salir; es un cuento contado
por un idiota, lleno de sonido y de furia,
que nada significa.
La traducción en verso, en ritmos castellanos (endecasílabos o alejandrinos), mantiene la altura deslumbrante del original y se complementa con unas cuantas notas al margen que aclaran el sentido del texto, aunque, como señala Luis Alberto de Cuenca, "leer Macbeth es de por sí una fiesta inolvidable que no precisa de ninguna exégesis."