26 abril 2016

La cuarta persona del plural


Abro los ojos. Te veo dormida. Todavía las manchas de esperma 
         aparecen húmedas en el blanco de las sábanas.
Todavía los dedos me huelen a látex y a los artículos eróticos que 
         nos gusta comprar en los sex-shops.
El plano de tus pechos y de tu sexo es profundamente hard.
00 01 37 son los dígitos de la peli que se reproduce en el DVD.
Me acerco a tus nalgas y apoyo la cabeza. Los sentimientos arden 
          como una botella de gasolina.
My love is Guy Debord es la frase que tienes tatuada en uno de tus 
          hombros.
Te desorientas.

Ese fragmento de The End. Catástrofe, de Diego Doncel, forma parte de La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-2015) que ha preparado Vicente Luis Mora y que publica Vaso Roto.

Una antología que recoge muestras de la obra de 22 poetas españoles nacidos entre 1958 (Rikardo Arregi) y 1979 (Juan Andrés García Román) en los que se refleja un panorama plural de voces, temas y poéticas.

Tan representativa y tan discutible como todas, la panorámica que ofrece este voluminoso tomo de medio millar de páginas muestra una pluralidad de voces caracterizadas por la “soledad metafísica a la hora de lanzarse al territorio poético” de la que habla Vicente Luis Mora en su amplio y denso estudio introductorio.

De Jesús Aguado a José Luis Rey, de Esperanza López Parada a Álvaro García, de Jordi Doce a Julieta Valero pasando por Pablo García Casado o Eduardo García, la dispersión de referentes, las poéticas dispares y la estética compleja de los poetas antologados dibujan un paisaje que, por encima de la disparidad de criterios sobre ausencias y presencias que suscita cualquier antología, se convierte en un referente insoslayable para entender la situación de la poesía española actual.

Dos muestras más: este poema de Ada Salas:  

Vivir
es una huella.

O este Conocimiento, de Vicente Valero:

Si lo que un hombre quiere es conocerse,
la tierra roja mire, el mar brumoso.
Con sol y barro ha germinado el surco,
 urdido sin descanso por la vida.
Arda su corazón entre los símbolos,
acaso nunca escritos, pero firmes
en el lento fluir de las costumbres.
Si lo que un hombre quiere es contemplarse
en el espejo blando de sus frutos,
celebre el sueño fértil de la luz
que baña con leyendas su memoria.
No fue inútil su viaje, ni la casa
construyeron en vano los que huyeron
de la noche cerrada y de los monstruos.
Quien ama la quietud ama una tierra.
Si un hombre, en el cansancio de sus manos,
en la mirada hueca de sus ojos,
lo que quiere es tan sólo conocerse,
busque su rostro seco entre los surcos
maduros de los huertos y las olas.
Encontrará su patria derramada
entre olivos, cisternas y viñedos,
sobre la amarga piedra del sarcófago.