28 junio 2017

Tántalo el chismoso



Más que el fuego, cuyo poder de iluminar o consumir, de expandirse y de recogerse, se le asemeja tan extrañamente, el habla es el centro mismo de la insumisa relación del hombre con los dioses. Por medio de ella imita o desafía las prerrogativas de éstos. La torre de Nemrod fue construida con palabras; Tántalo era un chismoso que trajo a la tierra, en un recipiente de palabras, los secretos de los dioses. Según la metáfora de los neoplatónicos y de san Juan, en el principio era la Palabra; pero si este logos, este acto y esencia de Dios es, en última instancia, comunicación total, la palabra que crea su propio contenido y la verdad de su ser, ¿qué pasa entonces con el zoon phonanta, con el hombre animal hablante? Él también crea palabras y crea con las palabras. ¿Puede haber una coexistencia que no esté cargada de tormento y rebeldía mutuos entre la totalidad del logos y los fragmentos vivos, creadores de mundo, de nuestra propia habla? El acto de hablar, que define al hombre, ¿no lo constituye también en rival de Dios?
En el poeta esta ambigüedad está más acentuada todavía. Él es quien guarda y multiplica la fuerza vital del habla. En él siguen resonando las antiguas palabras y las nuevas salen a una luz común, desde la activa oscuridad de la conciencia individual. El poeta procede inquietantemente a semejanza de los dioses. Su canto edifica ciudades; sus palabras tienen ese poder que, por encima de todos los demás, los dioses querrían negarle al hombre, el poder de conferir una vida duradera.

George Steiner. 
Lenguaje y silencio. 
Traducción de Miguel Ultorio.
Gedisa. Barcelona, 1991