Fotomatón del poeta
En tiempos de John Keats, los
ensayistas al modo de Hazlitt y De Quincey hubieran podido ganarse muy bien
unas guineas produciendo un ensayo sobre este tema: «¿Es el poeta un individuo
desagradable?». Y junto con las guineas hubieran ganado maldiciones inmediatas
y la verdad eterna, porque el poeta es siempre un individuo desagradable.
Por mi parte conozco a pocos, y
no me pongo como ejemplo porque mis amigos me llevan ampliamente demostrado que
no lo soy. Quisiera con todo que me aceptaran en el oficio, para confirmar con
mi desagradabilidad lo desagradable de mi afirmación. En cambio tendré que
decir algo que no me place decir desde fuera, y es que todos los poetas que he
conocido son sorprendentemente desagradables, no coinciden en absoluto con su
futura biografía.
Los tipos son desagradables, y
los biógrafos de mala fe cuando, llevados por su amor, repiten lo de la rama de
Salzburgo y convierten a su biografiado en una vitrina de perfecciones. No
quiero decir que sean tipos repulsivos, que anden tropezando con las soperas y
que, de acuerdo con la imagen tradicional del poeta, circulen a contramano con
el cuerpo cubierto de picaduras y el alma asomándoles por una corbata de flecos
y pelusas. (Yo estaba parado en San Martín y Lavalle, y dos chicas pasaron charlando.
«Fijate que tenía anteojos negros y un pulóver amarillo. ¡Parecía un poeta!».)
No quiero decir que estos tipos
que conozco parezcan poetas. Quiero decir que son desagradables porque son
poetas.
Julio Cortázar.
Imagen de John Keats.
Alfaguara. Madrid, 1996
<< Home