15 julio 2017

Fotomatón del poeta



En tiempos de John Keats, los ensayistas al modo de Hazlitt y De Quincey hubieran podido ganarse muy bien unas guineas produciendo un ensayo sobre este tema: «¿Es el poeta un individuo desagradable?». Y junto con las guineas hubieran ganado maldiciones inmediatas y la verdad eterna, porque el poeta es siempre un individuo desagradable.
Por mi parte conozco a pocos, y no me pongo como ejemplo porque mis amigos me llevan ampliamente demostrado que no lo soy. Quisiera con todo que me aceptaran en el oficio, para confirmar con mi desagradabilidad lo desagradable de mi afirmación. En cambio tendré que decir algo que no me place decir desde fuera, y es que todos los poetas que he conocido son sorprendentemente desagradables, no coinciden en absoluto con su futura biografía.
Los tipos son desagradables, y los biógrafos de mala fe cuando, llevados por su amor, repiten lo de la rama de Salzburgo y convierten a su biografiado en una vitrina de perfecciones. No quiero decir que sean tipos repulsivos, que anden tropezando con las soperas y que, de acuerdo con la imagen tradicional del poeta, circulen a contramano con el cuerpo cubierto de picaduras y el alma asomándoles por una corbata de flecos y pelusas. (Yo estaba parado en San Martín y Lavalle, y dos chicas pasaron charlando. «Fijate que tenía anteojos negros y un pulóver amarillo. ¡Parecía un poeta!».)
No quiero decir que estos tipos que conozco parezcan poetas. Quiero decir que son desagradables porque son poetas.


Julio Cortázar. 
Imagen de John Keats. 
Alfaguara. Madrid, 1996