19 marzo 2018

Un rey deseado y detestado


Ese es el subtítulo de la espléndida biografía de Fernando VII que publica Tusquets, con la que Emilio La Parra obtuvo el XXX Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, cuyo jurado señaló que es un ensayo llamado a convertirse en la biografía de referencia de Fernando VII y su época, por “el enorme conocimiento sobre el personaje y la valiosa y múltiple documentación aportada. Además de ratificar historiográficamente la turbia leyenda que acompaña a la figura de este monarca, el libro arroja nueva luz sobre las complejidades de una etapa histórica indudablemente tiránica, que, con numerosos matices, explica gran parte de la historia posterior de España.”
Una muestra de su interés la dan estos párrafos sobre la casi unánime visión negativa del rey. Pertenecen a la brillante Introducción, El rey imaginado:
Uno de sus contemporáneos más críticos, el sacerdote liberal García Blanco, lo describió como «un bípedo de gran potencia, atronado y atrevido [...], grande sólo de cuerpo y de facultades corporales; en todo lo demás y en pensamientos, escaso; muy vulgar al expresarse y proceder». Con más o menos variantes, ninguna de ellas sustancial, ésta es la caracterización del monarca que ha prevalecido.
La ordinariez de Fernando al expresarse es rasgo señalado por muchos de cuantos lo trataron. A La Forest le llamó la atención su dificultad para exponer una idea compleja: sabe hablar familiarmente y enuncia bien una idea simple, pero no va más allá, afirmó el diplomático. El general Girón, marqués de las Amarillas, quien ocupó el Ministerio de la Guerra en 1820 y estuvo muchas veces al lado del rey, resaltó el extraño lenguaje, impropio de un soberano, y la falta de cortesía de aquel «incomprensible monarca», a quien situó en el grupo de «los reyes vulgares». Girón, La Forest y muchos otros achacaron esta peculiaridad de Fernando a su trato con la servidumbre de palacio y a su afición a emplear sus locuciones y estilo coloquial, incluidas frases soeces y tacos. Una de sus exclamaciones más frecuentes, aun ante ministros y altos cargos, fue «¡carajo!».
Tal vez el juicio más demoledor sobre la personalidad de Fernando VII lo expresó Napoleón durante su encuentro en Bayona en 1808. De esta forma lo presentó a Talleyrand: «Es indiferente a todo, muy material, come cuatro veces al día y no tiene idea de nada»; «es muy estúpido (bête) y muy mezquino (méchant)»
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Los historiadores destacan como rasgos dominantes de la personalidad de Fernando VII el disimulo, la desconfianza, la crueldad y el espíritu vengativo.
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Este hombre poco agraciado físicamente, débil de carácter y de espíritu y, en consecuencia, influenciable por sus próximos, como lo vieron Lord Holland y tantos otros, no careció, según Mesonero Romanos, de «sagacidad interesada y traviesa para servirse de los hombres de los más opuestos bandos». Tal observación es útil para explicar su actuación política. Habría que añadir que Fernando sólo tomó iniciativas cuando consideró que sus oponentes estaban debilitados, pues la valentía ante las situaciones adversas no fue una de sus cualidades. 

Y estos otros párrafos, sobre el plan de educación del entonces Príncipe de Asturias son otra muestra de lo que el lector se puede encontrar en sus páginas:
Del 1 de septiembre hasta el fin de abril, el príncipe Fernando debía levantarse a las seis de la mañana. Una vez vestido, el preceptor rezará con él el tedeum y la oración correspondiente, quedando al arbitrio del primero proponer algún punto de meditación o algunas otras oraciones vocales; «después le instruirá en algún punto de Gobierno y política christiana». De siete a ocho de la mañana el príncipe estudiará la lección de latinidad. Desayunará y el maestro le explicará hasta las nueve la lección siguiente y lo «ejercitará en lo atrasado». De 9:00 a 10:15 se peinará y oirá misa. Luego, lectura de Historia y lección de baile hasta las 10:45. A continuación, el príncipe pasará al cuarto de los reyes a darles cuenta de su salud y aprovechamiento, «manifestando a sus Augustos Padres el afecto y cariño que les profesa y los deseos de complacerles y servirles». Tras esto, volverá a su habitación, donde estará con el maestro de Historia hasta las 12:15.
A esa hora se le servirá la comida y «concluida, se divertirá en lo que guste y hará la siesta» De dos a tres de la tarde estudiará la lección que por la mañana le haya puesto el maestro de Latinidad. A las tres, saldrá de paseo con su hermano Carlos y sus respectivos tenientes de ayo, además del preceptor cuando lo determinen los reyes. Al regreso del paseo, el príncipe volverá al cuarto de los reyes a preguntarles cómo han pasado la tarde y hacerles manifestaciones de amor filial. Tras la merienda, repasará la lección de Gramática hasta las seis. A esta hora entrará el maestro a explicársela, hasta las ocho, en que pasará el preceptor para rezar el rosario. Luego, el príncipe hará examen de las obras del día y pedirá a Dios le perdone sus defectos. Después podrá leer en el Año Cristiano el santo del día. A las nueve de la noche se le servirá la cena y se entretendrá en lo que guste hasta que vaya a dormir, que será a las diez o un poco antes.
Este régimen variará ligeramente los sábados, en cuya mañana y noche el príncipe estudiará doctrina cristiana, explicada por el maestro de Historia, y durante los meses de más calor (del 1 de mayo a fin de agosto), en que se levantará a las cinco de la mañana y se antepondrán los ejercicios de la mañana una hora y se retrasarán el mismo tiempo los de la tarde. 

Monumental biografía de un personaje que después de haber sido obligado a abdicar por Napoleón en Bayona, dio muestras -retenido en Valençay en plena Guerra de la Independencia- de una sumisión vergonzosa y de una bajeza moral incomprensible: mientras extorsionaba a sus compatriotas, felicitó a José Bonaparte que había usurpado la corona española, celebró las victorias francesas en España, pidió al emperador que lo aceptara como hijo adoptivo y le rogó que lo considerase como un príncipe francés.