19 mayo 2024

William Hazlitt. Personajes de Shakespeare


 

18 mayo 2024

Canciones a María, de Pedro Burgos Montero

 


  ADIÓS 

Hay entre mis dedos una brizna de tiempo/detenido, 
y la hierba que piso huele a otoño, a despedida.
Hay entre mis dedos una brizna de olvido.
Las rosas están completamente mustias, 
pero mi alma te respira, está contigo.

Es uno de los poemas centrales de Canciones a María, de Pedro Burgos Montero, uno de los conjuros poéticos con los que evoca desde la oscuridad la luz caribeña de un pasado hecho presente en el poema.

Un conjuro de la palabra y la memoria para elaborar en estos poemas la nostalgia del amor, revivido desde el lugar del abandono y la despedida, desde el naufragio y el silencio, desde el destierro de la soledad y el otoño de la nieve:

Ahora Octubre se presenta 
a golpear en mi puerta 
con tus dedos cerrados 
y sellada tu boca.
Tembloroso, me asomo 
a donde pones tus brazos 
de ramas y de ocasos.
No te conozco, dices, 
porque también soy otra.
“Eres la que viniste, recuerda, 
antes de yo nacer”.
En tanto así te hablo, 
se oye un rumor lejano, 
cuyo esplendor nos cubre 
desde los pies desnudos 
hasta la anchura de la noche, 
bien nevada de pétalos.

Porque, como nos enseñó Antonio Machado, “se canta lo que se pierde”.




17 mayo 2024

San Juan de la Cruz. Cántico espiritual

 


16 mayo 2024

Claude Bragdon. La fuente helada

 


15 mayo 2024

Historia de la poesía medieval. Tomo II


 

14 mayo 2024

Anne Sexton. Poesía completa

 


13 mayo 2024

José Luis de Juan. La imagen cautiva


 

12 mayo 2024

Ángel Olgoso. Sideral


 

11 mayo 2024

Luis Martín-Santos. Narrativa breve

 


10 mayo 2024

Plan para matar al emperador


 

09 mayo 2024

León Molina. Olor a humo

 


08 mayo 2024

El chirrión de los políticos




Hace poco más de un siglo, entre enero y septiembre de 1923, Azorín fue publicando en el diario argentino La prensa una serie de artículos que integraría luego en los quince capítulos, precedidos de un prólogo y seguidos de un epílogo, de El chirrión de los políticos, que publicaría ese mismo año con el subtítulo Fantasía moral. 

Se trata de una sátira política, escrita desde el desengaño de quien como Azorín había intervenido en la política activa durante veinte años, desde 1901 en que fue uno de los firmantes con Baroja y Maeztu de un manifiesto regeneracionista. Fue diputado del partido conservador de Antonio Maura entre 1907 y 1919 y no pudo renovar mandato en 1920, por lo que quizá al desengaño se sume también una cierta dosis de despecho.

La edición con la que Drácena recupera este libro se abre con un prólogo -“Dicho y olvidado”- en el que Domingo Ródenas de Moya vincula el desengaño político de Azorín con el sistema corrupto de la Restauración, de apariencia democrática y esencia oligárquica, basado en un parlamentarismo clientelar al que pondría fin ese mismo año 1923 el pronunciamiento de Primo de Rivera.

Con la sombra tutelar de Quevedo al fondo, esta sátira contra la política tiene como marco y referente moral la figura de un político ejemplar, don Pascual, un intelectual tolerante del que un amigo del narrador dice en el prólogo que es “una antinomia viviente” que, ‘admirador de todas las cosas de la inteligencia, intelectual, intelectualizado, no es ni puede ser un político. Y esta es una antinomia profunda; este es su verdadero conflicto.”  Porque -añade luego- “un político intelectual se destruye a sí mismo. La inteligencia negará siempre en el político la obra práctica de este.”

No es difícil ver en ese personaje paradigmático un reflejo del propio Azorín, que proyecta en don Pascual la relación conflictiva entre acción política e inteligencia que él mismo podía haber experimentado.

Tras una parte central que es el núcleo de la sátira de la política de su tiempo (las elecciones, los consejos de ministros, la oposición, los candidatos, los viajes ministeriales a provincias, el Parlamento, la reforma constitucional).

Los tres capítulos del epílogo, que muestran a don Pascual en el despacho, en su piso y en su casa de campo, trazan el modelo del político ideal, al que se le atribuyen estas palabras, con las que un idealista Azorín manifiesta sus propias ideas: 

¿Para qué queremos el Poder? Si algún día viene a nuestras manos, lo aceptaremos, pero sin codicia, sin concupiscencia. Estamos gobernando hace años sin estar en el Poder. Creamos una llamita de civismo, de cultura, de independencia mental, que esparce sus resplandores en la noche de nuestra patria. Si alguna vez ocupamos el Poder, seremos sinceros y desinteresados. No romperemos abiertamente con la tradición, porque no se puede prescindir de las fuerzas hereditarias, seculares, de un pueblo; pero orientaremos nuestros actos, armónicamente, sin estrépito, hacia lo porvenir. Y si nunca podemos sentarnos en un sillón ministerial, ¿qué habremos perdido? Nuestra obra de difusión de la cultura, de avivamiento del amor a España, estará hecha.

Una sátira intemporal, porque, además de las corrupciones, de la ley del embudo y el clientelismo que comparten aquellos políticos con los actuales, ¿a quién no le resulta lamentablemente familiar y actual una respuesta como esta, del presidente del Consejo de ministros ante un asunto incómodo?:

-No estoy enterado de nada. Ignoro en absoluto el asunto de que ustedes me hablan. Procuraré enterarme. Ahora no puedo adelantar juicio.

Si no fuera porque esas frases son inverosímiles en los políticos que nos gobiernan hoy, que ignoran la sintaxis tanto como la vergüenza, parecería de ayer mismo. O de mañana.


07 mayo 2024

Las mejores entrevistas literarias de los 80


Como “un caracol nocturno en un rectángulo de agua” definía Lezama Lima la poesía en una de las entrevistas recogidas en el espléndido volumen Las voces de Quimera, una recopilación de todas las que aparecieron en esa revista entre 1980 y 1989. 

El volumen, publicado por Montesinos en una espléndida edición de Jofre Casanovas, se abre con una entrevista a modo de prólogo de Jofre Casanovas a Miguel Riera, fundador y editor de Quimera, cuyo primer número apareció en noviembre de 1980, con una tirada de 35.000 ejemplares mensuales, una cifra asombrosa que había ido reduciéndose hasta la mitad cuando la dejó a finales de los 90.

Desde aquel primer número hasta hoy mismo, Quimera ha sido una revista literaria de referencia en español, pero quizá aquella primera década es la que resume de un modo más brillante y significativo su papel en el panorama de la literatura, a través de sus reseñas, urgentes y efímeras, y sobre todo a través de unas entrevistas que reflejan el paisaje de la literatura española y universal de finales del siglo XX, en plena posmodernidad.

Rafael Alberti, Reinaldo Arenas, Bernardo Atxaga, Carmen Balcells, James Baldwin, Juan Benet, Thomas Bernhard, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Antonio Buero Vallejo, William Burroughs, Raymond Carver, Julio Cortázar, Ángel Crespo, Miguel Delibes, Luis Mateo Díez, José Donoso, Umberto Eco, Jaime Gil de Biedma, Pere Gimferrer, Luis Goytisolo, Juan Goytisolo, Eugène Ionesco, Roman Jakobson, Clara Janés, Milan Kundera, José Lezama Lima, Naguib Mahfouz, Javier Marías, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Toni Morrison, Antonio Muñoz Molina, Cynthia Ozick, Leopoldo María Panero, Pier Paolo Pasolini, Cristina Peri Rossi, Soledad Puértolas, Manuel Puig, Francisco Rico, Carmen Riera, Augusto Roa Bastos, Alain Robbe-Grillet, Juan José Saer, José Saramago, Jaime Siles, Susan Sontag, Gonzalo Torrente Ballester, Mario Llosa, Manuel Vázquez Montalbán.

Ese es el listado completo de los autores que se expresan en las entrevistas contenidas en este amplio volumen. Novelistas como Atxaga, Muñoz Molina, Benet, Bioy, Kundera, Cortázar, Robbe-Grillet, Saramago, Vargas Llosa, Thomas Bernhard, Naguib Mahfouz, Torrente Ballester, Susan Sontag o Javier Marías; poetas como Alberti, Lezama Lima, Toni Morrison, Gil de Biedma, Jaime Siles o Gimferrer; teóricos de la literatura como Jakobson, Francisco Rico o Umberto Eco dejan en estas entrevistas sus ideas sobre la literatura y la vida.

El discurso contra el método de Francisco Rico; el arte nuevo de escribir novelas clásicas de Vargas Llosa; el desierto retórico de J. J. Saer; Thomas Bernhard, de una catástrofe a otra; Jaime Siles y la poesía como investigación lingüística; Torrente Ballester al que, alejadas las sombras, le llegaban por entonces los gozos; Vázquez Montalbán desde el balneario; Cortázar y el exorcismo de la escritura; Clara Janés entre existencialismo y esencialismo; Carver en su vida post-alcohólica; Buero Vallejo en su ardiente claridad; el diálogo entre Susan Sontag y Borges en la feria del libro de Buenos Aires; el adiós a Región de Juan Benet con Saúl ante Samuel; el tópico hecho añicos de Bernardo Atxaga; el regreso al origen de Juan Goytisolo; la poesía ensimismada de Pere Gimferrer; Gil de Biedma y el oficio de escribir;  la existencia como ejercicio de estilo en Ionesco; un Naguib Mahfouz contra las modas; la magia de lo que pudo ser en un Javier Marías que había terminado ya Todas las almas, aunque no la había publicado todavía; Marsé y su estrategia de olvidos y recuerdos.

Son los diversos reflejos de un panorama literario deslumbrante en el que, como señala Miguel Riera en la entrevista inicial, “además de la irrupción de la literatura latinoamericana se produjo el rescate de la gran literatura europea. Siempre ha habido grandes escritores, pero agrupar a tantos en un periodo tan breve, que coincidió con el retorno de la democracia, es difícil que vuelva a repetirse.”

La más peculiar de estas entrevistas, por extensa y por profunda, es el “Asedio a Lezama Lima” que firmaba Ciro Bianchi Ross. Se trata de la entrevista que se le hizo en 1970, cuando el excepcional poeta, novelista y ensayista cubano cumplía sesenta años. Hasta 1975, unos meses antes de su muerte, se fueron ampliando las preguntas y actualizando las respuestas de Lezama, que revela en casi cincuenta páginas a dos columnas las claves vitales y literarias sobre las que se construye su obra portentosa. Por eso, esta entrevista podría incorporarse como introducción a las ediciones de su obra poética, de Paradiso o de Oppiano Licario. Se cierra con estas palabras de Lezama:

Si algo he sabido hacer en la vida es aprovechar todas las posibilidades que se me han presentado. Por eso ahora en que la obesidad, el asma, la disnea, los años, me han reducido a esta suerte de inmovilidad, y en que -fuera de mi obra- no tengo otra cosa que hacer que seguir en la sala de mi casa esperando a la muerte, puedo hacer mía la frase de Flaubert que quisiera que fuera mi epitafio: «Todo perdido, nada perdido».





06 mayo 2024

El triunfo de estar vivo

 


EL BOSQUE

El bosque me contó la vieja historia.
Dijo que hubo otro tiempo en que los hombres 
se aventuraban entre su espesura
en busca del oráculo divino.
Pero nadie llegaba a ver el centro
de la selva, donde la pitonisa
resolvía las dudas de los fieles.
Porque no había centro, porque el bosque 
era y es un inmenso laberinto
sin principio ni fin, y porque el orden 
de las cosas excluye las respuestas.
Y es así como, ciegos e ignorantes, 
nos dirigimos hacia el precipicio
de la nada, perdidos en el bosque
de la traición, el odio y la mentira. 
Eso me dijo el bosque en un susurro, 
mientras yo iba camino de Damasco.

Es uno de los poemas más conocidos de Luis Alberto de Cuenca, que reúne en El triunfo de estar vivo un ciclo poético escrito entre 1996 y 2012 y formado por cuatro libros -Sin miedo ni esperanza, La vida en llamas, El reino blanco y Cuaderno de vacaciones- que publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Ricardo Virtanen, que destaca en su amplio estudio introductorio que  “en estos cuatro libros el crisol temático se regenera, repitiendo motivos y temas de antaño, y se reformulan novísimas concepciones. […] En nuestros cuatro libros, sobre todo en los dos últimos, se recuperan motivos y temas antiguos, al tiempo que transita en el poema una nueva espiral que ensancha la concepción temática bajo el halo de su poesía posmoderna.” Y añade que “una de las características básicas de la poesía de Luis Alberto de Cuenca es su gran perfección formal, extensiva a su clasicismo reformado y posmoderno de su segunda etapa en adelante, cuando se propugna un poema de estructuras cerradas. Nada en sus poemas parece estar realizado al azar.”

El texto que reproducíamos al principio, ‘El bosque’, es uno de los poemas iniciales de Sin miedo ni esperanza, que, según las propias palabras del autor, “traslada al papel el hallazgo, siempre asombroso y electrizante, de un nuevo amor.” Esa circunstancia biográfica explica el cambio de tonalidad que se aprecia en este libro, afincado en una luminosidad de la que carecían los poemas sombríos del anterior Por fuertes y fronteras. Una luminosidad presente desde su primer poema, ‘Gormenghast’: “Tu cuerpo, princesa, es un oasis en el desierto helado del silencio.”

Sin miedo ni esperanza se cierra con ‘Imágenes’, un poema con el que Luis Alberto de Cuenca reivindica el carácter figurativo de su poesía:

Imágenes, imágenes, imágenes.
Idílicas, obscenas, horrorosas.
Más veloces que el viento, más heroicas 
que una canción de gesta, más estúpidas 
que el dolor, la piedad y la traición, 
más lentas que la espina que atraviesa 
el corazón del pájaro, más locas 
que el amor, más sutiles que el deseo.
Conmigo vais y moriréis conmigo.

El libro siguiente, La vida en llamas, contiene poemas escritos entre 1996 y 2005, coetáneos de los de Sin miedo ni esperanza, lo que explica la homogeneidad temática, tonal y estilística de ambas obras.

Lo abre otra declaración poética, ‘Línea clara’:

Dicen que hablamos claro, y que la poesía
no es comunicación, sino conocimiento,
y que sólo conoce quien renuncia a este mundo
y a sus pompas y obras -la amistad, la ternura,
la decepción, el fraude, la alegría, el coraje,
el humor y la fe, la lealtad, la envidia,
la esperanza, el amor, todo lo que no sea
intelectual, abstruso, místico, filosófico
y, desde luego, mínimo, silencioso y profundo-.
Dicen que hablamos claro, y que nos repetimos
de lo claro que hablamos, y que la gente entiende
nuestros versos, incluso la gente que gobierna,
lo que trae consigo que tengamos acceso
al poder y a sus premios y condecoraciones,
ejerciendo un servil e injusto monopolio.
Dicen, y menudean sus fieras embestidas.

Defiéndenos, Tintín, que nos atacan.

Tanto en la reunión de voces e imágenes, de literatura y cine de La vida en llamas como en las líneas de fuerza divergentes (Homero y Superman) integradas en El reino blanco, su siguiente libro, conviven en un difícil y fugaz equilibrio la alegría y el desengaño, la melancolía y el humor, lo festivo y lo amargo en un característico cruce de opuestos que recorre gran parte de la obra de Luis Alberto de Cuenca, que defendería esa integración en la ‘Canción de opósitos’ del Cuaderno de vacaciones:

¿Norte o sur? ¿Aventura o biblioteca?
¿Rencor o amor? ¿Coraje o cobardía?
¿Dios o Diablo? Piénsalo y decídete
cuanto antes. La vida va trazando
signos confusos dentro de tu cuerpo,
y se han fundido viejas conexiones
que se consideraban infalibles.
Piénsalo bien. El mundo da sus vueltas
cada vez más deprisa. No hay quien siga 
su ritmo. No hay quien pueda sustraerle
un solo instante para decir alto
y claro, sin la más mínima duda,
mirándote al espejo, estas palabras:
«Norte y sur, aventura y biblioteca,
rencor y amor, coraje y cobardía,
Dios y Diablo, todo al mismo tiempo».

Desde El reino blanco hay un oscurecimiento en la poesía de Luis Alberto de Cuenca que afecta más a la mirada existencial que a la concepción estilística del poema, como se refleja en este ‘Elogio de la poesía’:

La vida es prosa más o menos aburrida, 
pero no siempre ha sido tan tediosa y prosaica.
En el alba imprecisa de nuestro origen hubo, 
primero, una voz recia que evocaba las gestas 
del caudillo del clan; luego, otra voz más íntima  
y dulce que, al compás de la lira, cantaba  
el amor, subrayando su plenitud, o el odio 
que inspira la traición, o el cruel desengaño.
Y esas voces traían a la vida promesas 
de olvido y deshacían los hielos del invierno 
al ritmo del bastón de mando del chamán 
en los fuegos de campamento de la tribu.
Y esas voces fundaban un jardín de palabras 
hermosas en el centro del desierto silente 
del mundo, una floresta de color y belleza
que, como un cáncer, iba destruyendo, implacable,  
el bosque sin memoria de nuestra soledad,  
haciéndonos mejores, más libres y más sabios.

El último libro de la recopilación, Cuaderno de vacaciones, muestra en su fecunda madurez a un poeta que, tras perfilar una voz poética inconfundible, ha ido afinando y depurando su tono, ha matizado su mirada y ha ido dejando algunas máscaras impostadas hasta encontrar su tonalidad más auténtica y cercana en los poemas de este libro.

La angustia y el desengaño son los motores de una búsqueda interior, de un itinerario ascético de depuración espiritual y estilística en el que la poesía es una forma de encontrar anclajes vitales y de integrar fructíferamente literatura y experiencia en un brindis vitalista que funde pasado, presente y futuro, melancolía y optimismo, humor y seriedad y una ironía que emerge en muchos de sus poemas. 

El intenso ‘Caverna perpetua', escrito desde la cueva platónica de las ideas y las imágenes, resume el tono poético y la temperatura humana del libro:

Como todos los hombres, vine al mundo 
a recordar, porque el conocimiento
es tan sólo memoria, remembranza, 
reminiscencia de otra realidad
mejor, más prestigiosa y más estable, 
de la que un día fuimos desterrados. 
La vida es perseguir inútilmente
la fuente primordial, donde confluyen 
todos los hilos de agua del recuerdo, 
rozar casi sus gárgolas y hundirse
en el suplicio de una sed eterna.
Tú, madre mía, soledad, aún puedes 
salvarme de este olvido que amenaza 
con sembrar de silencio las llanuras 
sonoras de mi alma. Novia mía, 
hermana soledad, dime qué hubo,
o si hubo algo, digno de memoria 
fuera de la caverna en la que vivo.

Uno de los poemas de Cuaderno de vacaciones, ‘Apología de los clásicos’, se reafirma en la línea de claridad expresiva que podría resumir la fecunda trayectoria poética de Luis Alberto de Cuenca. Termina con estos cuatro versos:

Los clásicos ayudan a vivir, 
y a morir, y a olvidar nuestras miserias, 
y a no perdernos por el laberinto 
sin Teseo ni Ariadna que es el mundo.



05 mayo 2024

Miguel Artola. Los afrancesados